Se apagaron las luces de la FIL en su edición 25.

Una vez terminada la “bendita” FIL, tras una semana de respiro y con algunos libros nuevos en la repisa, es momento de hacer una recapitulación de la feria, lo más breve posible, y pasar a otra cosa.

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Tras 24 años y 25 ediciones, la FIL es una fiesta patronal, una romería compuesta de feligreses variopintos que se anuncia con cohetes, que aglomera un sin fin de puestos de antojitos y baratijas, y toma la plaza central de la localidad en donde cada noche de este novenario es encendido el mítico castillo de fuegos de artificio.

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Si bien el dicho reza que cada quien habla de la feria según le haya ido en ella, me sumo a la voces inconformes o extrañadas y me quedo con la idea de que en esta cacareada edición 25 se confirma el rumor de ediciones pasadas de que ha perdido sabor, o peor, que ya no es propositiva. Y lo anterior no es un decir nuevo. Me parece evidente que la feria tiene que refrescarse, volver a proponer, apostar por ser más que un tianguis gigantesco de libros caros con actividades paralelas que se han vuelto rutinarias. El saber que Alemania sería el país invitado alzo mis expectativas pues no se conoce mucho de la literatura de aquel país, sobre todo la contemporánea. Conocedor del diseño gráfico de los germanos, esperaba también una propuesta gráfica innovadora o al menos diferente a la que los demás países y regiones invitadas habían presentado con anterioridad. Cumplieron a medias. La delegación incluyo a una premio Nobel, pero no fue suficiente : los demás autores se perdieron en el tráfago de actividades.

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La pregunta obligada es, ¿y qué podemos proponer?: [ agregue aquí el audio que guste: puede ser el viento pasando a través de los árboles, una sinfonía de grillos, un lobo aullándo a la luna llena]. La verdad es que no se me ocurre nada. O tal vez sí: recuerdo que en 2003, en ocasión de ser México país invitado a la Feria del Libro de París, se llevó a una delegación de editores alternativos mexicanos a conocer a sus pares franceses: quizá se podría planear algo así. Igual y en realidad a ningún editor le interesa ese asunto, mucho menos a los organizadores de la feria.

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Después descubrí que una de las cosas que me causaron más malestar fue el lema ese de “somos lectores”. Y encima, que a través de los voceros oficiales se presuma que la Feria ha contribuido a crear lectores, no sólo en Guadalajara sino en todo el estado, y si a esas vamos, en todo el occidente del país. Toman como base para tales dichos el creciente número de visitantes (sí, claro, año con año hay miles más… de jovencitos acarreados que en realidad sólo llegan a hacer desorden en los pasillos y que contra toda posibilidad algunos de ellos llegarán a interesarse en la lectura). Me pregunto, ¿acaso el índice de libros leídos por persona en la población de Guadalajara a aumentado. Creo que ahí es donde se debería notar ese crecimiento de lectores, que por supuesto no existe.

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[Para conocer un poco más acerca de cómo ven la feria desde un punto de vista exterior, se puede leer la interesante crónica "Todos amigos en la FIL" de Pablo Torche publicada en Hermano Cerdo]

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La Universidad si tendría, y es parte de su deber como tal, crear lectores, no sólo a través de la FIL, o más bien la FIL no es para crear lectores: los lectores se tienen que crear entre otros lados en las aulas, con maestros capacitados que también sean lectores. Hay muchos casos de maestros de redacción o literatura que no saben absolutamente nada del tema que dan, algunos obligan a sus alumnos a hacer lo que ellos no hacen, y peor, otros recomiendan las lecturas chatarra que con tanto éxito se ofertan en la expo Guadalajara. Para colmo, en varias preparatorias se han ido eliminando, pareciera sistemáticamente, los talleres de literatura y otras artes. Incluso en algunos planteles universitarios hasta se ha prohibido que los alumnos ingresen con instrumentos musicales. Pero eso sí, las cervezas si pueden pasar. Y conste que no tengo nada contra la cervezañp.

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Se sabe que esta es la época del cinismo, como bien lo dice Peter Sloterdijk, a quien por cierto hubiera sido genial ver en la feria.

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Y de que hay de cínicos a cínicos lo comprobé con el secreto peor guardado de la feria: la venta nocturna. Ese viernes que ya pinta para tradición pero en el que, a semejanza de los políticos que nos gobiernan, algunos expositores aprovecharon para engañar a sus clientes. En lugar de aprovechar esas dos horas para chiquearlos, invitarlos a leer, a conocer su catálogo, estaban más preocupados por cuidar los centavos que podrían perder al hacer descuentos. Y tanto le dieron vueltas al asunto que encontraron la manera perfecta y cínica de salirse con la suya: amparados por la ley del libro vigente y su mal usado precio único, en esta ocasión las novedades no tuvieron descuentos, vale, es hasta cierto punto comprensible, pero hubo algunos stands (me consta) en los cuales resultaba más caro comprar esa noche, con todo y “descuento”, que en los días anteriores.

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Entre los expositores que sí dieron descuento destaco a Colofón, Tusquets, FCE, Conaculta (aunque no en novedades), Sexto Piso, Editores y Editores y escritores de México.

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Y aplaudo por supuesto que sigan existiendo actividades paralelas como los encuentros de ilustradores, los de traductores, las actividades para profesionales y la música, que me parece fue la mejor parte de la delegación alemana que nos visitó.

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Esperamos a Chile nuevamente en 2012 (al parecer será antes del fin del mundo), y desde ya, puedo decir que se extrañará a Roberto Bolaño, quizá se organice un homenaje, aparezca algún inédito, o se organice algún foro para analizar sus letras. Veamos que rostro nos presenta la literatura y la edición de este país sudamericano y también que sorpresas musicales nos acarrea.